UNA TARDE DE AGOSTO
Entre el susurro monótono del agua saliendo
fuertemente por los impulsores de la coqueta piscina familiar; con el pasajero y ocasional aleteo de los
pájaros rondando los frondosos olivos con
nidos y polluelos; igual que otras aves posadas en los cipreses que contornean
la parcela; casi desnudo, expuesto al aire y al sol, y medio dormido, con el
rutinario vagar de mis miradas perdidas por el verde paisaje de árboles y arbustos que adornan la siesta, se escapan de mis
labios sonrientes y perezosos, pero esperanzados, dos sílabas preciosas que se
unen al paisaje de este atardecer veraniego: CAR-MEN.
E inconscientemente
se repiten las mismas sílabas con anhelo, mientras se me aceleran las
pulsaciones del corazón y recorre por mi
piel una sensación entrañable de dulzura y de paz: CAR-MEN.
Al paisaje
y al bienestar de la tarde sólo le faltaba ella; y mi mente quiere traerla,
traerla de nuevo otra vez, como cada día, en cada instante; porque si estoy ahora
donde estoy e hice lo que hice,( esta pequeña piscina en el campo y en la
parcela que es un trozo de tierra que
fue de su abuelo), es gracias a Carmen.
Cuando decidí hacer aquella obra le pareció bien, y me animó mucho para hacerla.
-Ten
cuidado con los viejos olivos, que no se estropeen que los plantó mi abuelo- me
dijo insistentemente.
Nunca me
dijo no a cuanto proyecté. Ella quería verme feliz para serlo también a su vez.
Por eso mismo, porque gracias a ella está todo hecho y podemos disfrutarlo , por
eso y por todo, me estoy acordando de ella y la traigo una vez más junto a mí, con
su recuerdo atractivo y cariñoso, hasta este paisaje silvestre en donde seguirá
siendo la reina de mis pensamientos.
Y así, ella
llega. Mi mente y mi corazón la sueñan juntos y la traen aquí, ahora. Se abre
la puerta de oro de los recuerdos y durante unos minutos parece endulzarse el aire y la yerba; el agua resplandece
burbujeante en ondas silenciosas y los
gorjeos de los pajarillos con sus madres se atenúan o callan respetuosos.
Pasamos unos instantes felices en el pensamiento: su juventud, su bondad, su
cariño, su amor, todo su ser fue recordado en unos minutos preciosos. Ella y yo otra vez juntos y enamorados.
-Si vieras realmente la obra terminada…¡Es un
pequeño paraíso de paz y frescor!- me dije mentalmente que le podría haber
dicho a ella, si la imagen mental que yo imaginaba, fuera físicamente
real.
El paisaje
rural se enriqueció con su recuerdo, con su sonrisa atractiva y soñadora. Es
como si estuviera aquí delante, etérea en el aire cálido de esta tarde de
agosto; entre el murmullo depurador del agua aprisionada y el volar de las aves
regresando cansadas a su hogar.
Pero pasan
los minutos, y está oscureciendo paulatinamente, hay menos luz, el Sol ya ha desaparecido entre los olivos y
cipreses más alejados de la parcela. Llegará pronto la noche y salpicarán las
estrellas el cielo invitándonos otra vez a soñar. Es ya tarde. Recojo mis
cosas, me cambio, apago la depuradora y me voy. Pero mis labios sosegados y
nostálgicos, inconscientemente, vuelven a sonreír y a repetir las dos sílabas
queridas y mágicas: CAR-MEN, porque mirando
al firmamento estrellado, tal vez, ella me siguiera acompañando llena de
felicidad.
Adolfo Martínez García
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