UNA
CARROZA Y UNA BODA ENTRAÑABLES
Qué contraste de
sentimientos he experimentado
recientemente, entre alegrías y nostalgias, al contemplar una ignorada fotografía
de hace 51 años, proporcionada por nuestra buena amiga Puri Carrasco Giménez, en donde
aparecemos bien jóvenes, entre otras personas, parte del magnífico grupo de amigas
y amigos que hicimos realidad el proyecto
de una artística carroza para la reina de las fiestas del año 1973, Mari Luz Aguirre,
que era una componente más de aquel
grupo de jóvenes amigos.
Como muestra la fotografía, estamos
acompañando y celebrando la boda de
nuestros amigos Ana y Daniel, profesores del entonces Instituto
Mixto de Enseñanza Secundaria de La Roda, cuyo evento ocurrió en la localidad de
Bonete el día 31 de agosto de 1974; (queremos recordar que esta fue la
fecha de la boda y de la foto, y si no fuera así, corregidme en un comentario quienes
también estuvisteis allí y lo recordéis mejor, por favor).
La memoria busca en los recónditos rincones
de nuestras neuronas aquellos recuerdos e imágenes lejanas y queridas de la boda mencionada; y unas personas, a
pesar del tiempo transcurrido, las tendrán todavía algo nítidas y asequibles;
mientras otras las tenemos algo confusas y más difíciles de rescatar. Aunque al
situarnos correctamente en el tiempo, suelen fluir paulatinamente los recuerdos de entonces:
Antonio Monsalve, Antonio Grande y un
servidor, estábamos en aquella maravillosa
pandilla de chicas y chicos más
jóvenes que nosotros, porque el gran e inolvidable Agustín Merlos era amigo de
todos, y al estar nosotros habitualmente con él por las mismas aficiones y
gustos, como la caza menor con perro, la pesca con caña, la búsqueda de setas,
el amor a la naturaleza, la música, el
rodeñismo…etc. que nos unían fuertemente
a él, él nos unía con todos los demás. Y solíamos
juntarnos habitualmente por los atardeceres para hablar y divertirnos sanamente
en una pequeña y coqueta cafetería de
entonces. llamada “Nidos”.
Casi
todas las tardes nos pasábamos por allí; y al llegar Agustín, todo eran risas con
sus ocurrencias y siempre “buenos rollos” como suele decirse ahora. La
juventud, la libertad, la gracia y solera de aquella inolvidable pandilla de amigas y amigos, hacía
inmensamente agradable y esperanzada la vida de todos nosotros.
Especialmente, Agustín nos convenció a todos
para que aquel verano de 1973 le hiciéramos a su prima Mari Luz la carroza de reina de las fiestas patronales. Nos comprometimos seriamente a crearla y aquel verano trabajamos “de lo lindo”,
aunque también tuvimos ratos de descansos y deleites con dulces y frescas “palomas”
y “cuervas” nocturnas, de muchas risas,
de escapadas al río Júcar o al pantano
de Alarcón, de luchas contra el tiempo cuando ya se acercaban las fiestas; de
poses escultóricas del torso desnudo de Agustín entre risitas, modelándolo para
cuatro cariátides que sostendrían el trono; y otras poses “gatunas” para hacer unos fieros felinos como panteras protectoras de la reina Mari
Luz.
Hoy, recordar aquellos grandiosos o
sencillos buenos ratos, como los de la carroza, o como los de la boda de Ana y
Daniel un año después, cuando entonces la mayoría de la pandilla tenían
veintiuno o poco más de años (y nosotros tres, una decena más), nos produce
cierta nostalgia entre una gran alegría y satisfacción por haber sido
partícipes solidarios en la desinteresada creación de una carroza artística
para una amiga; o de haber sido acompañantes y testigos del amor de Ana y Daniel
en su boda; y siempre nos sentiremos felices
de haber vivido aquellas experiencias de sana juventud. Pero también no podemos dejar de sentirnos
impotentes y tristes, muy emocionados, al recordar que ya no están físicamente entre nosotros, Agustín Merlos, Antonio Monsalve y Purificación Escribano.
Sólo
tenemos recuerdos hermosos y entrañables de aquella pandilla inolvidable y maravillosa de chicas y chicos que, aunque
cada uno siguiera después de estos dos eventos su camino, todavía quedan
inamovibles e imborrables en nuestros corazones la entrañable amistad, el
cariño y los recuerdos. (Por aquellos primeros años de la década setenta, yo
todavía no había conocido a Carmen Talavera Zorrilla, con la que me casaría felizmente
cuatro años después).
Adolfo Martínez García
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