domingo, 22 de junio de 2014

REFLEXIÓN ESTIVAL SOBRE EL PASADO


Casi desnudos, sin más amparo que su inteligencia .
Escudriñamos curiosos en  el     sendero   olvidado  de nuestros orígenes, cuando el hombre y la mujer, casi desnudos en la Tierra, sin más amparo que su inteligencia y el poder de sus manos, se enfrentaron al mundo exterior  que les rodeaba y al interior de sus propios pensamientos en evolución.

   Todo lo que veían les asombraba y asustaba: las noches, las tormentas, los relámpagos, los truenos... los rugidos de  animales feroces… 

Las tormentas con sus rayos y truenos le causaban gran temor.
   Y sus pensamientos no encontraban respuestas a las desesperantes incógnitas  que  atormentaban sus mentes: de  los cuerpos celestes que veían sobre sus cabezas, de las enfermedades y de la muerte que rodeaban a sus familias, y de tantos otros enemigos ocultos  que rondaban alrededor de sus vidas .

 ¿De dónde venían y a dónde iban?  ¿Quién los había creado? … y tantas otras intrigas que les acosaban constantemente eran algunos de los grandes misterios sin resolver que todavía se disciernen en las mentes contemporáneas.

   Durante los grandes fríos se refugiaban en el interior de las cuevas, y mientras las grandes inundaciones se veían obligados a refugiarse en las altas cumbres, siempre expuestos a las cambiantes circunstancias y peligros de la salvaje naturaleza.


El  Sol, creador de luz, calor y vida fue el gran protagonista de sus pensamientos y creencias.

       
          En las altas cumbres durante las inundaciones.
    Observaban  intrigados el Sol, la Luna y las estrellas, que  les causaban una atracción y devoción  constantes. Especialmente el Sol, “creador” de calor, de luz y de vida, fue el gran protagonista de sus pensamientos y creencias, siendo adorado como una deidad sagrada.

   La aparición y desaparición diaria del gran astro provocaba en los primeros hombres y mujeres de la prehistoria grandes e indescriptibles miedos, y ansiando poder seguir viviendo bajo sus rayos de luz y calor temían profundamente su diaria ocultación, pues era la antesala de la llegada de la noche con sus silenciosos peligros.

   Igualmente  les atraía e intrigaba la misteriosa  forma cambiante de La Luna, especialmente admirada cuando su clara y diáfana luz blanca la cubría plenamente en toda su redondez. 
                                           
El temor a la noche era menor cuando había  Luna Llena
   Por sus constantes desplazamientos para encontrar alimentos, a los hombres y mujeres de la prehistoria les surgió la necesidad de fijar puntos de referencia, encontrándolos en la observación del curso del Sol, llegando  a conocer, gracias a esa observación continua del astro-rey, además de por dónde salía y después  por dónde se ocultaba, la duración de sus rayos y por lo tanto  los solsticios y equinoccios.

   Por ejemplo, ya en tiempos más próximos y templados y gracias a su observación y experiencia respecto al astro rey, los hombres primitivos más evolucionados sabrían de la estación en la que ahora estoy escribiendo este artículo y  que llamamos verano, y aunque no sabían de fechas ni nombres específicos,  llegarían a intuir y conocer que este tiempo de más calor  comenzaba periódicamente por el solsticio de verano (21 de junio) y terminaba por el equinoccio de otoño (23 de septiembre).

   Sería algo habitual  que - dado los numerosos restos líticos que se han encontrado -  en determinados largos días  más calurosos, los hombres y mujeres del Paleolítico que  estaban y cazaban ocasional y temporalmente por los grandes bosques  rodeños del suroeste, en donde abundaban las sabrosas enxebras y  ciervos,  visitaran más los lugares donde solían abastecerse de duras piedras para hacer sus rudimentarios útiles de trabajo y caza.
  
Útiles de cuarcita  y sílex que preparaban los paleolíticos
Lugares que  les servían como talleres improvisados mientras manipulaban los cantos rodados que encontraban en el paraje que después se llamó Los Almendros, y el poco sílex y la abundante cuarcita  que encontraban más al norte, a escasos dos kilómetros,  por la cañada de El  Verdugal.


   Durante un tiempo algunas gentes paleolíticas estuvieron en aquellos parajes trabajando las pequeñas piedras que les servían como cuchillos para rajar y raspar la piel, para hacer agujeros y muescas  con sus afiladas puntas y cantos vivos conseguidos con persistentes  golpes,  haciendo también puntas musterienses para cortar y  para armar los extremos de lanzas y flechas. (Respecto a la antigüedad de estos restos líticos, podríamos estar hablando de un tiempo de   hasta unos 30.000  años antes de Jesucristo).

Mamut lanudo que existió por estos contornos en el Paleolítico.
  También en otros lugares cercanos y  rodenses dejaron señales de su estancia durante un largo tiempo, aunque su existencia  y vida fueran todavía  nómadas: como en Tasoneras, Los Morteros y el Cerro de la Cañada de Santa Marta. En todos aquellos lugares existía abundante caza y la naturaleza los cobijaba con sus espesos bosques de pinos y carrascas salpicados de torrenteras y pozas que por aquí llaman navajos.

   Y por el otro extremo del término municipal rodense, hacia el este, los gigantescos animales lanudos con enormes colmillos y larga trompa, llamados  Mamuts,  bajaban al río a beber agua y también a morir en sus cercanías. Costumbres que  no pasarían desapercibidas en aquellos primitivos humanos que nos precedieron. Miles de años después han ido aparecido parte de sus restos fosilizados, molares y colmillos, por el campo rodense mencionado.

                                          ADOLFO MARTÍNEZ GARCÍA

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