NARRATIVA
HISTÓRICA
   Elvira, la criada "cristiana nueva" de don
Juan Carrasco “El Mozo”,  Alférez Mayor
de la villa de La Roda, comunicó  a su
señor que  ya habían llegado los tres vecinos
 que esperaba. Sólo faltaba presentarse  el escribano público don Diego Pérez de Tébar.
   El honorable  y rico hacendado aguardaba pacientemente la
llegada de  cuatro personas de la
localidad a las que previamente había citado 
en su casa. Mientras iban acudiendo a la reunión y hasta  que estuvieran todos presentes, paseaba  en el gran patio de la mansión  entre  los
geranios y rosales que mostraban ya sus incipientes flores  abrileñas. 
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| ...en el gran patio de la mansión entre geranios y rosales floreciendo. | 
   Meditando la decisión  tomada respecto a su nieto mayor en el
presente año de 1596, recordaba la similar resolución que  también tuvieron  con  él sus
abuelos hacía sesenta años.  Le parecía
mentira que hubiese pasado  ya tanto
tiempo y que  él fuera de  tan avanzada edad, porque se sentía
espléndidamente bien; pero había llegado la hora de hacer  testamento dejando  sus bienes  al nieto don Juan Carrasco Ramírez de Arellano.
   Le venían a la mente aquellos lejanos
momentos de su infancia y juventud  cuando en casa de sus abuelos presenció un
acto parecido al que ahora  iba a
realizarse  en la hermosa tarde
primaveral.  
   Esbozándosele una furtiva sonrisa  sintió la 
aceleración de su veterano corazón mientras  recordaba tantas escenas entrañables…  ¡ Era en aquel  lejano tiempo de la adolescencia  cuando  todavía no  se había fijado en su prima doña Juana
Carrasco, con la que después se casaría! De aquel convenido pero  enamorado matrimonio nació  su hijo don 
Pedro Carrasco que se casaría con doña Ana Ramírez de Arellano y Ortiz
de Villaseñor. Al hijo mayor de ambos, su nieto don Juan Carrasco Ramírez de
Arellano, es a quien ahora le iba a transmitir los bienes heredados de sus
mayores con los consiguientes aumentos y mejoras que  él mismo había logrado sumar a lo largo de su
vida.
   Mientras proseguía su paseo esperando que le
anunciaran la llegada del notario don Diego, los recuerdos seguían aflorando  en  su
mente anciana, insistiendo  en las mismas
ideas de sus abuelos a los que iba a imitar en el procedimiento hereditario  llamado “mayorazgo”, que evitaba  la  enajenación y división de los bienes por algún
descendiente futuro, pues ello estaba expresamente prohibido en las cláusulas
del testamento que hoy iban a leer y firmar, y así  se 
seguiría   manteniendo y ampliando  la 
hacienda recibida  de sus
ancestros  al transmitirla íntegra y
aumentada a su nieto mayor.  
   Por fin, la criada le notificó que el
escribano también había llegado y esperaba en su despacho junto a los otros
tres señores.
  Cuando entró  don Juan Carrasco “El Mozo” en la estancia
donde le aguardaban, todos  se pusieron
de pie saludándole respetuosamente con una leve inclinación de cabeza y un rictus
de simpatía en el rostro.
   Los tres testigos, Juan de Dueñas, Roque de
Villarreal y Francisco Ruiz, vecinos de La Roda,  previamente advertidos una semana antes por
el señor Alférez Mayor de la villa, conocían bien su cometido en aquel solemne
acto, así como el escribano don Diego que, una vez acomodado y con el permiso
consiguiente, comenzó  la lectura del
testamento  redactado según los deseos de
don Juan Carrasco “El Mozo”. El testamento  original y una fidedigna copia  del mismo los traía ya manuscritos  con tinta negra en varias hojas de recio
papel sellado, sólo  a falta de las
firmas de los presentes allí reunidos.
   La grave y autoritaria voz del escribano era
escuchada atentamente por los testigos mientras don Juan,  que ya conocía el texto, permanecía como
abstraído,  trasladado mentalmente  a cinco décadas atrás de su vida  cuando su abuelo  don Juan Carrasco “El Viejo”, delante de él, le
otorgó también su hacienda en “mayorazgo”. Fue el 18 de marzo de 1544, fecha en
la que su abuela doña María González Manobel ya había muerto, así como el hijo
mayor de ellos, su tío don Pedro Carrasco, a quien iba destinado en un
principio este  mayorazgo. 
   Le parecía estar oyendo las palabras de su
padre don Antón Sánchez de Munera explicándole desde bien jovencito lo que
quería decir “mayorazgo” y en qué consistía:
-          - Es
el derecho que tiene el hijo mayor a heredar los bienes de sus padres a cambio
del compromiso de transmitirlos en las mismas condiciones a su sucesor, mejorándolos
y aumentándolos si es posible.
   En las tempranas explicaciones de su padre sobre
el mayorazgo se contemplaban muchos detalles injustos para su madre y sus tías, hermanas y
primas , pues se excluían de él a las mujeres, pasando siempre la titularidad de varón a varón. Procedimiento que
recordaba no convenció nunca a su madre y siempre había protestado en voz baja
al hablar de los testamentos, aunque ella tuvo siempre asumida la vieja costumbre
 de su familia por tradición y por ley.
   Volvió
a visualizar mentalmente aquel día en el que le habían comentado sus
padres,  doña Catalina Carrasco  y don Antón Sanchez de Munera, que todo el
proceso en la transmisión del mayorazgo estuvo 
ya previsto  y escrito  desde un principio en un primer y
anterior  testamento de sus abuelos con
fecha 11 de octubre de 1536, donde le dejaban el mayorazgo a su hijo mayor, don Pedro Carrasco,  especificándose que si
éste  moría sin descendencia se  transmitiría 
dicho mayorazgo al nieto mayor, que era él, ya que el siguiente hijo
mayor  después del mencionado don Pedro
Carrasco era una mujer , doña Catalina Carrasco, su madre.
  Y es por
lo que dicho “mayorazgo” se lo pasaron a él  en aquel año 
de 1544 que no olvidaría jamás. Precisamente  lo recordaba bien porque estuvo presente en
aquella lectura y donación,  recibiendo
la escritura del mayorazgo de manos de su propio abuelo don Juan Carrasco “El Viejo”, al que besó agradecido  muchas
veces.
 En el testamento que se estaba leyendo
constaba expresamente la acostumbrada 
prohibición de  la partición  o 
venta de sus bienes,  garantizándose
así la no disgregación de la hacienda que se mantendría indivisible y dentro de
la familia.  Y también existía  la obligación imprescindible de tenerse que
apellidar  “Carrasco” quien recibía el
mayorazgo,  es decir, él, anteponiendo
este apellido a cualquier otro. Si estas principales cláusulas  no se cumplían  a rajatabla, el mayorazgo se pasaría al
siguiente  descendiente previsto en la
escritura. 
   Mientras continuaba leyendo el escribano
público aquellos deseos y cláusulas,  don
Juan seguía  recordando las muchas explicaciones
que sus padres le habían inculcado desde niño. Así sabía que  su bisabuelo, el padre de su abuelo don Juan
Carrasco “El Viejo”, se llamó don Pedro Carrasco 
y  fue el dueño de un  molino en la ribera del río Júcar  conocido como “ Molino de los Carrascos”.  Y sabía de aquel bisabuelo    que  fue
un hombre del siglo XV, importante y rico, que había hecho un préstamo  personal 
de  20.000 maravedíes al concejo
de la villa de Albacete  y que dicho
concejo  en el año 1484 todavía  le debía 
6.000 maravedíes.
   De
aquel bisabuelo, don Pedro Carrasco, dueño del molino en pleno  siglo XV, surgieron también las ramas familiares
de sus primos Carrascos de Albacete,   la de don Pablo Carrasco, la  de don Pedro Carrasco, de  doña María Carrasco…que también heredaron  la posesión de algunas ruedas de  piedra del mismo molino  del río Júcar y eran   importantes personajes de aquella villa.
  Casi instintivamente, mientras su mente
revolvía los nombres repetidos de sus antepasados y descendientes que se
prestaban a confusión,  su mano derecha
cogió la pluma de ave que tenía delante, en el centro de la gran mesa de nogal cubierta
con un lienzo verde  a cuyo alrededor
estaban todos sentados, e introduciendo su afilado corte en el tintero de
cristal empezó a entretenerse trazando rayas  y nombres sobre un papel que terminó
convirtiéndose  en la síntesis de sus
pensamientos, dibujando un escueto árbol genealógico  con los nombres  de su bisabuelo, abuelos, padres  y tío, el suyo y el de su esposa, así como los
de sus  nietos,   unidos
por simbólicas líneas generacionales y enmarcando  en sendos rectángulos su propio nombre y el
de su nieto  mayor  que habría de recibir sus bienes: don Juan
Carrasco Ramírez de Arellano.
Sus nietos…PEDRO 
JUANA  FRANCISCA,  ANA  JUAN CARRASCO RAMÍREZ DE
ARELLANO
                          I            I   
                  I               I                                          I
                                                             
I
Su 
hijo y nuera…                  PEDRO
CARRASCO
                          
( y DªAna Ramírez de Arellano y Ortiz de Villaseñor)  
                                                         
    I
Él y su esposa…           
JUAN CARRASCO
“EL MOZO” (Alférez Mayor de la villa) 
                                             (
y Dª Juana Carrasco )    
                                                             
I 
Sus padres y tío…        
CATALINA CARRASCO          PEDRO CARRASCO
                                      ( y Antón
Sánchez de Munera)                                           
                                                              I                                         I
                                                                                   
I
Sus abuelos ….                                     JUAN
CARRASCO “EL VIEJO”
                                                              
( y María González Manobel)
                                                                                   
I
 Su bisabuelo…                                        PEDRO CARRASCO
(Dueño del Molino de los Carrascos)
(Dueño del Molino de los Carrascos)
   Casi finalizando el escribano la lectura, se
le empezaron a cerrar  los ojos de
cansancio  al testigo Francisco Ruiz  al tiempo que sus compañeros sentados a ambos
lados de él le apercibían de su falta de educación tocándole las rodillas  con disimulo bajo la mesa,  lo cual le provocaba  inesperados  y rudos despabilamientos momentáneos que don
Juan Carrasco supo ignorar comprensivamente.
    El
veterano hidalgo, ahora más centrado en el acto,  dejó de trazar nombres y rayas en su
improvisado dibujo y prestó  atención a
las últimas cláusulas que se estaban leyendo del testamento. 
   Entre las posesiones  que integraban aquel mayorazgo había  importantes heredades en los términos de La
Roda, San Clemente y Vara del Rey. Se habían mencionado entre otras, las de “Sanchón”,  “la Hoya de los Ajos”, “la Hoya Garbanzo”, “la
Hoya Mondéjar”, “la Hoya Berruga”, con sus casas, aljibes, ejidos, ganados…,  y las casas principales de la familia en la
villa rodense, varias  ruedas del molino  de los Carrascos en la ribera del río Júcar
con parte de sus huertas y casas que compartían con sus primos Carrascos de
Albacete,  así como la propiedad y  patronazgo de la capilla de los Carrascos con
advocación de la Encarnación  en la
iglesia parroquial El Salvador de La Roda,  donde era costumbre ser enterrados los
miembros de esta familia; también en el mayorazgo se incluía el título de
Alférez Mayor de la villa, conseguido por merced de Su Majestad el Rey y previo
pago de cuantiosos maravedíes a su Tesorero Real.
    (Posteriormente,
otras ramas de primos con el mismo origen y apellido Carrasco serían los dueños
de más heredades  en distintos términos, como
“La Coscoja”, “La Casa Reíllo”, “Hondoneros”, “Buena Vista”, “Los Blancares”,  “ Casas de Ortega”, “La Nava”,  “El Carmen”…y adquirirían más títulos: de
Alguacil Mayor del Santo Oficio, de Fiel Ejecutor,  y  otros varios 
de regidores  en  los Ayuntamientos de La Roda, Barrax  y Albacete. 
   Casi todos los miembros del  linaje  seguían una misma política matrimonial  ambiciosa para conseguir el creciente
desarrollo de prestigio  social,
entroncándose con  linajes de hidalgos
con títulos nobiliarios, algunos de ellos venidos a menos económicamente, y así
 se complementaban  mutuamente dos familias mediante el conveniente
binomio:  dinero y  posición social. De tal manera que en el
futuro llegarían a conseguir señoríos, marquesados y hasta ducados, a pesar de  tener unos orígenes humildes
culturalmente  hablando, pues bastaría
recordar que los abuelos de nuestro protagonista  don Juan Carrasco “El Mozo”,  - que fueron don Juan Carrasco “El Viejo” y su
esposa doña María González Manobel -  no
sabían leer ni escribir, como así lo manifestaban ellos mismos en su testamento
de 1536.  Aunque por otro lado era cosa
habitual en la época de finales del siglo XV y principios  del 
XVI  que pocos conocieran las
letras;  pero su riqueza patrimonial era
grande y supieron impulsar  en sus
descendientes esas ansias de superación social  para  que en el futuro  se encumbraran  bastantes ramas y miembros del linaje).
   Terminada totalmente la lectura del
testamento, firmaron los tres testigos presentes   junto a don Juan Carrasco “El Mozo” y el escribano-notario
don Diego Pérez de Tébar que  dejó una
copia en la casona para  cuando el nieto  tuviera la edad de administrar sus bienes,
pues por entonces contaba sólo con diez años.
![]()  | 
| Don Juan Carrasco "El Mozo" y sus tres testigos firmaron ante el escribano don Diego Pérez de Tébar. | 
   Después de agradecerles su testimonio, el
Alférez Mayor acompañó a sus vecinos hasta la puerta de la calle  despidiéndolos agradecido. Mientras los veía
alejarse, quiso don Juan Carrasco “El Mozo” pasear brevemente por los
alrededores buscando al nieto de diez años, 
su sucesor en el mayorazgo que atesoraba grandes posesiones y
responsabilidades  y al que  imaginaba estaría jugando con sus amigos en
la calle. Tenía la ilusión de darle él mismo la buena noticia mientras lo traía
de regreso a la casa.
   En efecto, al doblar la esquina de su
mansión, bajo el cobijo seguro del  gran
lienzo de piedra tallada que habían mandado levantar su hijo don Pedro Carrasco
y su nuera doña Ana Ramírez de Arellano y Ruiz de Villaseñor, vio  jugando a su nieto don Juan Carrasco Ramírez de Arellano  golpeando  con sus menudas manos una pequeña pelota contra
la pared junto a tres amigos de su misma edad. Aquella hermosa fachada de
sillares adornada con columnas  y   escudo
nobiliario  sostenido por dos tenantes
femeninos,  formaba  parte de un proyectado palacio que se quedó
inconcluso al morir  su hijo don Pedro Carrasco hacía un lustro, y desde entonces era conocido entre los vecinos del pueblo  con el nombre de  su nuera, llamándolo “El Lienzo de  doña Ana”. Allí, ante el pétreo lienzo como inigualable
frontón,  casi siempre  estaban jugando a la pelota los mozalbetes y algunos
mayores.
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| Fachada de un palacio inconcluso en donde jugaban los niños al frontón | 
   El anciano Alférez Mayor se quedó  inmóvil mirando a su nieto, admirando la
agilidad de sus movimientos y la elegancia de sus gestos, sintiéndose honrado y
orgulloso. En él continuarían las esperanzas y altas miras de progreso y
bienestar  que todos deseaban para sus
descendientes. Había imaginado para su nieto una carrera militar al servicio de
Su Majestad, tal vez sería Capitán de sus tropas. Y tenía pensado prometerlo
cuando tuviera más edad con la hija de un importante señor que era  secretario 
del rey don Felipe II, llamado  don
Jerónimo González de Heredia y Bazán, casado con doña Juana Carrasco, hija de
su prima doña María Carrasco Alfaro y su esposo don
Fernando Cano  de Céspedes  y Ossorio. Entroncándose así dos importantes
ramas del mismo linaje Carrasco que conseguirían en el futuro grandes mercedes
reales. 
    Pero la futura pareja todavía  era infantil  para pensar más allá de un conveniente  compromiso de boda. Ella se llamaba doña María
Juana de Heredia y Bazán Carrasco. 
    También dedujo de aquellos planes futuros
que cuando el enlace se realizara, seguramente él ya no estaría en este mundo;
pero su linaje continuaría creciendo indefinidamente dando gloria y honor   a  la familia
y a la villa que los había visto nacer: La Roda.
   Se desvanecía por momentos la  débil luz 
que prestaba  el Sol a las últimas
horas de aquella tarde del  16 de abril
de 1596 y las gentes trabajadoras volvían 
ya  del campo: unos pocos  en sus viejos carros tirados por mulas y
acompañados de algún perro atado bajo su fondo, entre las ruedas, y otros
regresaban  andando, con la azada sobre
el hombro y algún canastillo con leña ensartado en el astil.
   Los niños  dejaron  de jugar, pues ya no se distinguía bien la
pelota hecha de apretadas tripas de cordero sobre un núcleo esférico de corcho.
Estaba refrescando y el viejo hidalgo se acercó al nieto buscando su tibia mano
infantil para regresar juntos a la mansión.
   Don Juan Carrasco “El Mozo” empezó a
contarle al pequeño su legado escrito en el documento que le enseñaría  al llegar a casa y entregaría a sus padres
para que lo custodiaran hasta que fuera mayor. ¡Era el heredero de sus bienes y
de los de sus antepasados! Protocolo que el niño a su vez habría de repetir
cuando fuera viejo, para que las haciendas que formaban aquel “mayorazgo”   del apellido Carrasco nunca se perdieran, no
se partieran,  ni salieran  de la gigantesca familia.
   Ya la obscuridad se había adueñado de las
calles y el farolero del concejo encendía las recias velas interiores de los
viejos faroles que tenían algunas esquinas en sus paredes. Con un largo palo que
llevaba en su extremo una mecha  con
llama oscilante,  prendía  las  sebosas y escasas velas  que 
mal  iluminaban  parte de las calles  por donde pocos se atrevían a caminar en la
noche.
    Abuelo y nieto entraron en la vivienda
cerrando el portón exterior con un golpe seco,  asegurándolo con el cerrojo de hierro bien forjado.  Afuera, la noche sin estrellas atemorizaba a
los vecinos rodenses de finales del siglo XVI que se habían recogido en sus
casas alrededor de la débil luz del candil,  comentando las escasas  novedades de la villa o las historias
ancestrales transmitidas de generación en generación con las dudas y temores propios
de la época. 
     Mientras
les preparaban una ligera cena, el ilusionado abuelo seguía explicando el gozoso
presente a su nieto, soñando un poco con su portentoso porvenir. (Aunque por
mucho que imaginaba el futuro  de su inocente
heredero  lleno de  grandes mejoras, progresos y honores como ser el Alférez Mayor de la villa de La Roda y el Alguacil Mayor del Santo Oficio, nunca
podría adivinar que sería Señor del Señorío de la villa de Rivafrecha, en Logroño,  ni que setenta y tres años después una reina
de España vendría a este pueblo y comería en su casa,  junto a un hijo de este nieto:  junto a su biznieto don Juan Jerónimo Carrasco
Ramírez de Arellano, Capitán de las tropas reales, Caballero de la Orden de
Santiago y  Caballero Cubierto ante el
Rey; como así ocurrió cuando  visitó esta
villa  la Reina Regente doña María Ana de
Austria, viuda del rey Felipe IV y madre de Carlos II ).
   Y mientras 
dentro de la casona se seguían oyendo las lentas y emotivas explicaciones
del anciano hidalgo a su nieto mayor,  afuera en las viejas y retorcidas calles de la
ancestral villa manchega apenas un ruido perturbaba la noche sin estrellas. 
                                   ADOLFO
MARTÍNEZ GARCÍA



Hola Adolfo, intento otra vez poner un comentario a ver si esta vez funciona, tu articulo me gusta muchisimo, tu escritura sigue siendo tan amena y agradable, y tu trabajo historiador es estupendo. Te mando un saludo cariñoso Ana
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