OTRA CENA DE NAVIDAD
La “Nochebuena” de este año 2.025, como en las
anteriores sin Carmen, ha tenido para mí dos lecturas diferentes, pues a la
íntima añoranza y desconsuelo por la ausencia de la gran anfitriona que fue mi
mujer, tengo que reconocer la entrañable
compañía y gozosa contemplación de casi toda la familia ─ estuvimos trece en
total─unidos alrededor de nuestra tradicional mesa navideña con los mariscos, el cordero y los vinos.
Ver,
admirar y disfrutar de nuestros dinámicos nietos en sus muchas intervenciones ─tanto
en la cena como después─ me producía un especial regocijo. Por ejemplo, cuando ellos,
los nietos, me rondaban una y otra vez en los preámbulos, mientras cortaba
jamón del pernil para completar varios platos de aperitivos, que no se
terminaban de llenar con rapidez, porque me los iban mermando ellos al tiempo
que los iba reponiendo. También fueron
admirables en sus improvisados “karaokes” con actuaciones sin timidez y con mucha
gracia; o implicándonos a todos los
adultos en varios de sus “bingos” en los que, Carmen y Juan, de once y nueve
años, fueron los directores y protagonistas.
También la
nieta Lucía, con casi seis años, estaba
muy atenta participando con dos cartones junto a su madre, Fuen. Y “la benjamín”
de la familia, Alicia, con casi tres años, se paseaba con garbo por la sala y
pasillos sobre unos zapatos grandes de su prima, con bastante tacón para
actuaciones de bailes infantiles, luciéndose a placer y taconeando al andar
mientras canturreaba con el micro del karaoke.
En un
momento de la noche, con la televisión encendida, salió en la pantalla una gran
fotografía del rostro de mi mujer, que
nos cautivó a todos porque tenía movimiento, se sonreía, movía los ojos, etc.;
también surgió otra foto donde estábamos nosotros dos, que nos movíamos
abrazándonos y parecía real .
Era Fuen con su teléfono o “móvil mágico” la
autora de esas instantáneas movibles, a través de una aplicación con inteligencia artificial que
podía hacer todas esas cosas; pero fue bonito ver a Carmen mirándonos en la
tele, e imaginarla entre nosotros en esa noche tan especial.
Y casi al
final, después de los postres, el café,
mantecados y unas copas de cava, estando dispersos, algunos de conversación en
la sala, otros en el salón entre los nietos jugando, el resto ayudando a
recoger, o bien fregando en la cocina, me sentí orgulloso de la familia que
Carmen y yo habíamos creado y que ha seguido creciendo después de morir ella, Y recordándola más intensamente, miré a nuestra hija mayor,
la primogénita, que en ese momento se había sentado frente a mí, e invitándola
a coger una copa, me acerqué a ella con otra de cava en la mano, y le dije:
─Vamos a
brindar Toñi.
─ ¿Por
quién? ─ me preguntó.
─ ¡Por tu
madre! ─ le dije con emoción. Y mirando
un retrato de Carmen colgado en la pared de la sala, tragué emocionado
el espumoso vino en honor a la persona más maravillosa de mi vida.
Adolfo Martínez García

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