domingo, 28 de diciembre de 2025

 

                    OTRA CENA DE NAVIDAD

La “Nochebuena” de este año 2.025, como en las anteriores sin Carmen, ha tenido para mí dos lecturas diferentes, pues a la íntima añoranza y desconsuelo por la ausencia de la gran anfitriona que fue mi mujer, tengo que reconocer la  entrañable compañía y gozosa contemplación de casi toda la familia ─ estuvimos trece en total─unidos alrededor de nuestra tradicional mesa navideña con  los mariscos, el cordero y los vinos.


   Ver, admirar y disfrutar de nuestros dinámicos nietos en sus muchas intervenciones ─tanto en la cena como después─ me producía un especial regocijo. Por ejemplo, cuando ellos, los nietos, me rondaban una y otra vez en los preámbulos, mientras cortaba jamón del pernil para completar varios platos de aperitivos, que no se terminaban de llenar con rapidez, porque me los iban mermando ellos al tiempo que los iba reponiendo.  También fueron admirables en sus improvisados “karaokes” con actuaciones sin timidez y con mucha gracia; o implicándonos  a todos los adultos en varios de sus “bingos” en los que, Carmen y Juan, de once y nueve años, fueron los directores y protagonistas.

   También la nieta Lucía, con casi seis años,  estaba muy atenta participando con dos cartones junto a su madre, Fuen. Y “la benjamín” de la familia, Alicia, con casi tres años, se paseaba con garbo por la sala y pasillos sobre unos zapatos grandes de su prima, con bastante tacón para actuaciones de bailes infantiles, luciéndose a placer y taconeando al andar mientras canturreaba con el micro del karaoke.  

   En un momento de la noche, con la televisión encendida, salió en la pantalla una gran fotografía  del rostro de mi mujer, que nos cautivó a todos porque tenía movimiento, se sonreía, movía los ojos, etc.; también surgió otra foto donde estábamos nosotros dos, que nos movíamos abrazándonos y parecía real .

    Era Fuen con su teléfono o “móvil mágico” la autora de esas instantáneas movibles, a través de  una aplicación con inteligencia artificial que podía hacer todas esas cosas; pero fue bonito ver a Carmen mirándonos en la tele, e imaginarla entre nosotros en esa noche tan especial.

   Y casi al final,  después de los postres, el café, mantecados y unas copas de cava, estando dispersos, algunos de conversación en la sala, otros en el salón entre los nietos jugando, el resto ayudando a recoger, o bien fregando en la cocina, me sentí orgulloso de la familia que Carmen y yo habíamos creado y que ha seguido creciendo después de morir ella,  Y recordándola  más intensamente, miré a nuestra hija mayor, la primogénita, que en ese momento se había sentado frente a mí, e invitándola a coger una copa, me acerqué a ella con otra de cava en la mano, y le dije:

   ─Vamos a brindar Toñi.

   ─ ¿Por quién? ─ me preguntó.

   ─ ¡Por tu madre! ─ le dije con emoción. Y mirando  un retrato de Carmen colgado en la pared de la sala, tragué emocionado el espumoso vino en honor a la persona más maravillosa de mi vida.

Adolfo Martínez García

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