RECUERDOS DE LAS FIESTAS
Abocados
al comienzo de nuestras fiestas patronales en el mes de agosto, nos llegan
recuerdos de otras en años anteriores, que se agudizan y vuelven a ser
protagonistas con la misma belleza y felicidad de sus vivencias reales; aunque éstas
ocurrieran hace … casi cinco años, (la última nuestra); por no decir durante los
cuarenta y un años de nuestra unión matrimonial.
Siempre adquiríamos
el tradicional Libro de Fiestas para enterarnos de todo lo que iba a realizarse
ese año, y programábamos los eventos a
los que deseábamos asistir: Especialmente estuvimos presentes en “las
presentaciones de las reinas y sus damas”, más “el día de sus coronaciones y galas literarias”.
Carmen y yo,
hubo años que, para tener las entradas aseguradas y buen sitio en dichas ceremonias
tradicionales, nos íbamos a las taquillas una hora y media antes del comienzo, y
nos colocábamos en la fila de los más madrugadores para entrar al recinto de los
primeros. (Allí, casi siempre coincidíamos, entre otros muchos entusiastas, con
Antonio García Morales, su esposa, familia y amigos); pues, por aquellos años,
solían estar abiertas dichas taquillas una hora y media antes del comienzo de los
preciosos actos de presentación y gala literaria. (Algún año no estuve allí con
ella desde el principio en la cola ante las taquillas, y a la hora de entrar, más o menos calculada,
nos juntábamos).
Nos gustaba
bailar, y era irresistible no hacerlo cuando aquella conocida y magnífica orquesta
hacía sonar los comienzos de “Arrivederchi María” con la voz templada y sutil
de Santiago. Los primeros en salir a la pista de baile eran mis cuñados
Bernardo y Conchi; y Carmen y yo, íbamos inmediatamente después. Al compás de
la melodía, lenta y emotiva, bailaban unidos nuestros cuerpos con embeleso,
dejándonos muy marcados en el alma aquellos bellos momentos ─hoy recuerdos─
como de los más deliciosos e imperecederos.
Y, aquellos
otros pequeños placeres de feria, tan comunes y populares, como sentarse en una
de las churrerías para tomarnos “unos cuantos” con chocolate, o tal vez, en café con leche.
Otras veces, atraídos por el ambiente bullicioso y el olorcillo de las
barbacoas, probábamos otros manjares de feria, como los pollos asados con unas
cañas frescas de cerveza; también nos inclinábamos, en ocasiones, por los “pinchos
morunos” y, ¿cómo no?, por algún vinillo suculento y dulce de aquel clásico gran
tonel que nos visitaba todos los años.
Los lentos
paseos entre la multitud, con tantos sonidos estridentes, rancios olores de
barbacoas, cansancios finales y pieles necesariamente sudorosas, eran atributos
tradicionales de nuestra feria popular, querida, deseada y, especialmente cambiante: porque, para las familias, en
general, nunca será igual una feria determinada que otra anterior. Existirán
ausencias, viajes, enfermedades, bodas y nacimientos, eventos municipales con sus
comentarios diversos, etc. que las harán distintas a las de años pasados.
Así quiero
yo recordar las mías con Carmen, con mi mujer siempre al lado. Y las ferias y
fiestas cuando nuestros hijos eran pequeños, son otra historia.
Algunas
personas, con el paso de los años y sus circunstancias especiales, podrán dejar de participar en las ferias y
fiestas actuales o venideras, por sus particulares sucesos y duelos. Y, llegados
estos días de preparación, antesala de los acontecimientos festivos y
literarios que acaecerán, …sintiéndolo mucho, esas personas, tal vez, no
asistan ni participen en ellas; aunque, recordando los actos y fiestas ya experimentadas
en otros años, podrán imaginar las nuevas: Y volverán aquellos lejanos recuerdos,
con escenas bulliciosas y felices de sus vidas junto a sus parejas perdidas,
pero que regresarán mentalmente para ser protagonistas de nuevo en tantas
escenas felices, ya pasadas; cuando ellos dos eran dichosos cada día de feria;
cuando su sana madurez era todavía floreciente y atractiva; cuando sus cuerpos vibraban
placenteros al unísono, sin sospechar
siquiera por un instante que, a uno de ellos, le llegaría su último año de
feria y fiestas, y sus esperanzas y destinos cambiarían para siempre.
ADOLFO MARTÍNEZ GARCÍA
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