RECORDANDO
A UN GRAN PROFESOR
Creo que casi todas las
personas guardamos importantes recuerdos, positivos o negativos, de quienes han
formado parte en nuestra educación, y no me refiero a nuestros queridos y
recordados padres, sino a los maestros y
profesores con los que hemos estudiado durante nuestra infancia y juventud. Y
de todos ellos, siempre habrá habido alguno que nos haya influido más en nuestra personalidad, conocimientos,
sentimientos, manera de ser, pensar, etc., y recordemos especialmente.
Don Antonio de Toro Gómez |
Las personas de mi generación,
más otras muchas de La Roda, pudimos cursar los estudios de Bachillerato y
otros posteriores, gracias a que existían aquí dos academias privadas, (dirigidas,
respectivamente, por don Doroteo Buñuel y
don Manuel Merlos) donde estudiábamos los cursos correspondientes y, en el mes
de junio, nos examinábamos en el Instituto de Albacete como alumnos
matriculados en enseñanza libre. Y lo
mismo hicimos después en la Normal para estudiar Magisterio.
En la Academia Cervantes, dirigida por don Manuel Merlos, la asignatura de Lengua y Literatura nos la daba un profesor llamado don Antonio de Toro Gómez. Tenía una voz grave y profunda, bonita, que admirábamos especialmente cuando nos recitaba algún poema de tantos autores que veneraba, como Antonio Machado, Rubén Darío…Lo veíamos siempre perfectamente vestido, con su traje, encorbatado y…, tal vez por ello, o porque nosotros éramos unos críos, él nos parecía una persona ya mayor; pero no se mostraba distante, sino muy cercano a nosotros, y él era quien nos llevaba los Jueves Larderos a los pinares de “El Portillejo”, la finca de la esposa del director: `¡Nosotros íbamos en bicicleta y él en “una vespino” con su pequeño motor! También, si hubo alguna esporádica excursión hacia alguna ciudad, fue él nuestro guía y cuidador.
Alguna vez nos contó
que, de muy niño, se había caído a una lumbre en su casa, y por ello tenía una
mano muy deformada ─que procuraba ocultar metiéndola en el bolsillo del
pantalón, y así lo recordamos, de pie, dándonos la clase─, y también
en el rostro tenía grandes y graves quemaduras que le hacían llevar siempre gafas
de sol para ocultarlas en parte. Los
fines de semana se marchaba a Albacete para visitar a su gran amiga, tal vez su
novia, de la que estaba muy enamorado, según nos contaba cuando ya estudiábamos
Magisterio. Fue un hombre entrañable, con unos inmensos valores y sentimientos
que nos supo inculcar muy hondo, como el amor por la Literatura, por los libros,
la lectura, la escritura y los sentimientos profundos que producen las palabras.
Don Antonio de Toro,
estuvo dando clases en la Academia Cervantes mientras su hermano Miguel, de mi
edad y pandilla de amigos, estuvo estudiando el Bachillerato, después el Magisterio,
y hasta que hicimos las Oposiciones a Maestros Nacionales, que fueron las del
año 1961. Y cuando su hermano ya “estuvo colocado” ( que fue en la localidad albacetense de Nerpio), entonces,
don Antonio dejó la Academia y retornó a los estudios pedagógicos y filosóficos
que siempre quiso ampliar en la Universidad de Valencia, donde también ganó en
1968 el único premio del concurso de poesías convocado por la Escuela de la
Normal valenciana con su poema: “Desde la fuente en tu ermita”.
Precisamente, en ese
mismo año de 1968, el 29 de noviembre, tras una rutinaria operación quirúrgica
de anginas, ya hospitalizado y reponiéndose de tal operación, unas
complicaciones imprevistas le causaron la muerte.
Me ha venido a la mente su imborrable recuerdo y he escrito este artículo porque, visitando “el otro día” algunos amigos y familiares fallecidos, me encontré de casualidad el lugar donde está enterrado don Antonio, y quedé muy sorprendido al comprobar que tenía tan sólo 40 años de edad cuando murió. Y ese dato me hizo reflexionar que cuando nos daba las clases de Lengua y Literatura, aunque nuestro viejo recuerdo lo enmarcaba como un hombre mayor, en realidad era muy joven.
Así pues, la fotografía
que muestro y estamos todos en hilera, haciendo un poco “el indio”, pertenece a
la excursión que nos llevó a Aranjuez, en el año1957, cuando estudiábamos
tercer curso de bachiller; nosotros teníamos 15 años y don Antonio 29, aunque
nos pareciera que era mayor. (Aparecemos: Vicente Leal, Adolfo Martínez,
Eduardo Moreno, Ángel García, Miguel de Toro, Eulogio Jiménez, Ángel Aroca,
Francisco Cisneros, Ramón Lara y Antonio Cebrián). En la otra foto, agrupados
junto a una chica, también nos la hizo don Antonio cuando estábamos en primer
curso de Magisterio, el año 1959, y teníamos 17 años y don Antonio 31.(Vemos de
izquierda a derecha a: Miguel de Toro, Francisco Cisneros, Ramón Lara,
Margarita Cano, Ángel García ─agachado─, Adolfo Martínez, Ángel Aroca y Antonio
Cebrián).
Y aquellos estudiantes,
nosotros, ya con 20 y 21 años, todavía tuvimos el honor de trabajar como
docentes al lado de aquel gran profesor nuestro, en el Colegio José Antonio, e
incluso al lado de quienes habían sido nuestros primeros maestros de Primaria,
como muestro en la fotografía donde Antonio Cebrián y yo estamos encaramados en
lo alto de la Cruz de los Caídos, al final del parque municipal, después de una
comida de despedida y homenaje a quien entonces, año 1963, se jubilaba: don José
María Roldán, padre de la también maestra doña Amparo Roldán; en esta instantánea
están don Antonio de Toro, don Juan Rubio, don Antonio de la Hoz, don Juan
Antonio Játiva, etc. ¡Muchísimas maestras y maestros a punto de jubilarse! Y nosotros
empezando nuestra andadura.
Ha pasado mucho tiempo desde que murió don
Antonio de Toro, con tan sólo 40 años de edad, y pensé, después de haberlo
visitado donde yace, que era de justicia escribirle este artículo recordándolo;
pero, no como aquel profesor que antaño nos parecía mayor, sino como el
verdadero profesor joven que fue, lleno de sabiduría, de valores humanos y de un
alma especialmente sensible, que supo
transmitirnos e inculcarnos el amor más puro hacia las palabras pronunciadas o
escritas.
ADOLFO MARTÍNEZ GARCÍA
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