viernes, 1 de agosto de 2025

 

                   RECUERDOS  VERANIEGOS

(Este artículo debería haberlo publicado el jueves o el viernes, como suelo hacer; pero un impaciente impulso interior me invita a que no lo retenga más tiempo en el ordenador y lo deje volar ya libremente. )

   En la noche, con su insondable silencio y recóndita paz envolviendo  las  lentas horas de las personas mayores, jubiladas y  sin obligaciones laborales ni horarios que cumplir,  es cuando mejor  surgen los pensamientos  y  las  inverosímiles creaciones. Es el mejor y más íntimo tiempo para recordar y escribir  escenas pasadas.

   En una de estas cálidas noches de verano, me surgió de improviso retener sin prisas el acuciante  sueño para poder escribir durante  unos minutos los recuerdos exigentes y pretenciosos que me llegaban nostálgicamente, tal vez asociados y motivados por haber estado susurrando  algunas viejas  canciones con la guitarra después de la cena. Así que,  me senté a escribir junto a la cama abierta lo que me dictaba la mente en imágenes de hacía mucho tiempo, expresándolas en forma escrita y con los  más puros sentimientos. Después, casi dormido, releí lo escrito y volvieron a discurrir las imágenes con las letras, recreándome plácidamente en las escenas revividas de otro tiempo de bohemia y de preciosa juventud:

    Me vinieron a la memoria muchísimas noches  de entrañables rondas, cuando nos animábamos algunos amigos de la vieja pandilla y salíamos a cantar habaneras sin complejos en lugares donde no molestáramos demasiado, como por ejemplo detrás de la iglesia,  cuando no estaban construidos todavía los pisos que hay ahora; o allá, lejos, en “el parque de la cañada” donde los acordes de la guitarra podían sonar con más fuerza. Claro, nos gustaba cantar y las voces eran aceptables o mejor dicho bastante buenas: como las de Ángel Aroca Lara, Francisco Gómez Canales, Francisco Cisneros Fraile ( que a veces sacaba y tocaba el violín de su tío Eduardo, y junto a mi guitarra animábamos la noche); también solían venir Antonio Cebrián Villodre, Miguel de Toro Gómez, Joaquín Salvador Cebrián, Ángel García Villodre, Antonio Grande,  Ramón Lara, Antonio Monsalve, Antonio Vázquez…

   En otras ocasiones salíamos dos o tres  que éramos amigos en otro grupo distinto. Y me acordé de Francisco Prieto que tocaba muy bien la armónica, e interpretaba  siempre la entonces famosa melodía de Lolita Garrido: “Luna de miel”; y nos acompañaba Jesús Álvarez después de su trabajo como cocinero en el bar Molina,  marcando los compases con una cuchara metálica que deslizaba por una rugosa botella vacía de anís.

   También, otras veces, salíamos sólo dos, Paco Huedo Aranda y yo. A Paco le gustaba mucho cantar la canción romántica de Adamo “Cae la nieve y esta tarde no vendrás”. Tenía una bonita y afinada voz que, en el silencio de la noche, era como un regalo angelical del Cielo. Nos recogíamos de madrugada, después de haber cantado por donde vivían las chicas  que llevábamos apuntadas en una libretilla secreta. 

   Y me vino a la memoria otro grupo de amigos de mi hermana  Isabel Martínez y su esposo Salvador García, con Emilio Salvador y su esposa Bienve Escribano, más todos los demás amigos de la cuadrilla,  Juanito Fraile y Josefina, Pepe Moratalla y Tinita, Julián Pérez y Mariana, etc.  que estaban integrados en el coro parroquial y tenían voces preciosas; cantaban muy bien y más de una vez tuve el honor de estar junto a ellos en “Los Cerrillos” acompañándoles con la guitarra. A Emilio  y a Salvador les entusiasmaba cantar “a dos voces” la preciosa melodía de “Los últimos de Filipinas”.



   La verdad es que echo mucho de menos aquellos colectivos cánticos nocturnos y diurnos acompañados de la guitarra en las calles solitarias del pueblo,  o en mi casa por navidades y cumpleaños familiares, las cuales  se prodigaban también cada año por las celebraciones y romerías en el chalé de mis cuñados Bernardo y Conchi, donde se cantaba muy a gusto, especialmente con Bernardo y  su hijo Juanjo. E incluso, en las noches de algunos veranos, llegamos a cantar y bailar alegremente los vecinos del barrio en la Plaza Mayor, animados con los acordes de la guitarra y las dulces cuervas con guijas tostadas de nuestros buenos amigos Encarnita Jareño y Alonso Lozano, que eran los mejores anfitriones; (el fotograma que ilustra este artículo pertenece a una de aquellas noches veraniegas en la plaza).

   Y, sobre todo, era un deleite especial y para mí lo más deseado, cuando mi atractiva mujer, Carmen, nos iniciaba alguna canción en las fiestas familiares, con su entonada y bonita voz, como aquella vieja  habanera que habíamos oído cantar a nuestros mayores y nos gustaba mucho; e imitábamos  a Carmen, cantándola con admiración. Parece que ahora mismo, mentalmente, la estoy escuchando cantar, sobresaliendo su  dulce voz sobre todas las nuestras, en  aquella preciosa y antigua habanera…:

      “Al  pie de una verde palmera yo me arrimé,

   mi amor se quedó dormido, que ingrato fue,

   con el arrullo de una paloma yo desperté,

   quiero morir, quiero vivir, no sé qué hacer.

   Pero ¡Ay! Dios mío ¡Ay!

   Sí, quítame esta pena,

   por una mujer ingrata que yo adoré,

   con el arrullo de una paloma yo desperté,

   quiero morir, quiero vivir, no sé qué hacer.”

   Su voz resuena aún en mi memoria, como brilla su imagen cariñosa en los rincones profundos de mi alma, y percibo aún su fresca fragancia al abrir su armario con su ropa colgada esperándola infinitamente. Ella es ahora un ser de luz, amor y alegría, que sigue flotando feliz en mis recuerdos, nuestros recuerdos, los recuerdos que guardamos todos sus familiares, amigas y  amigos que la quisimos y la queremos. Recuerdos imperecederos donde subyacen inmortales  la belleza y el esplendor  de su vida.

   Adolfo Martínez García


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