RECUERDOS
VERANIEGOS
(Este artículo debería haberlo publicado el jueves o
el viernes, como suelo hacer; pero un impaciente impulso interior me invita a
que no lo retenga más tiempo en el ordenador y lo deje volar ya libremente. )
En la
noche, con su insondable silencio y recóndita paz envolviendo las lentas
horas de las personas mayores, jubiladas y sin obligaciones laborales ni horarios que
cumplir, es cuando mejor surgen los pensamientos y las inverosímiles creaciones. Es el mejor y más
íntimo tiempo para recordar y escribir escenas
pasadas.
En una de estas
cálidas noches de verano, me surgió de improviso retener sin prisas el
acuciante sueño para poder escribir durante unos minutos los recuerdos exigentes y pretenciosos
que me llegaban nostálgicamente, tal vez asociados y motivados por haber estado
susurrando algunas viejas canciones con la guitarra después de la cena.
Así que, me senté a escribir junto a la
cama abierta lo que me dictaba la mente en imágenes de hacía mucho tiempo, expresándolas
en forma escrita y con los más puros sentimientos.
Después, casi dormido, releí lo escrito y volvieron a discurrir las imágenes
con las letras, recreándome plácidamente en las escenas revividas de otro
tiempo de bohemia y de preciosa juventud:
Me
vinieron a la memoria muchísimas noches de entrañables rondas, cuando nos animábamos
algunos amigos de la vieja pandilla y salíamos a cantar habaneras sin complejos
en lugares donde no molestáramos demasiado, como por ejemplo detrás de la
iglesia, cuando no estaban construidos todavía
los pisos que hay ahora; o allá, lejos, en “el parque de la cañada” donde los
acordes de la guitarra podían sonar con más fuerza. Claro, nos gustaba cantar y
las voces eran aceptables o mejor dicho bastante buenas: como las de Ángel
Aroca Lara, Francisco Gómez Canales, Francisco Cisneros Fraile ( que a veces
sacaba y tocaba el violín de su tío Eduardo, y junto a mi guitarra animábamos
la noche); también solían venir Antonio Cebrián Villodre, Miguel de Toro Gómez,
Joaquín Salvador Cebrián, Ángel García Villodre, Antonio Grande, Ramón Lara, Antonio Monsalve, Antonio Vázquez…
En otras
ocasiones salíamos dos o tres que éramos
amigos en otro grupo distinto. Y me acordé de Francisco Prieto que tocaba muy
bien la armónica, e interpretaba siempre
la entonces famosa melodía de Lolita Garrido: “Luna de miel”; y nos acompañaba
Jesús Álvarez después de su trabajo como cocinero en el bar Molina, marcando los compases con una cuchara metálica
que deslizaba por una rugosa botella vacía de anís.
También,
otras veces, salíamos sólo dos, Paco Huedo Aranda y yo. A Paco le gustaba mucho
cantar la canción romántica de Adamo “Cae la nieve y esta tarde no vendrás”.
Tenía una bonita y afinada voz que, en el silencio de la noche, era como un
regalo angelical del Cielo. Nos recogíamos de madrugada, después de haber
cantado por donde vivían las chicas que
llevábamos apuntadas en una libretilla secreta.
Y me vino a
la memoria otro grupo de amigos de mi hermana
Isabel Martínez y su esposo Salvador García, con Emilio Salvador y su
esposa Bienve Escribano, más todos los demás amigos de la cuadrilla, Juanito Fraile y Josefina, Pepe Moratalla y
Tinita, Julián Pérez y Mariana, etc. que
estaban integrados en el coro parroquial y tenían voces preciosas; cantaban muy
bien y más de una vez tuve el honor de estar junto a ellos en “Los Cerrillos” acompañándoles
con la guitarra. A Emilio y a Salvador les
entusiasmaba cantar “a dos voces” la preciosa melodía de “Los últimos de
Filipinas”.
La verdad
es que echo mucho de menos aquellos colectivos cánticos nocturnos y diurnos
acompañados de la guitarra en las calles solitarias del pueblo, o en mi casa por navidades y cumpleaños
familiares, las cuales se prodigaban
también cada año por las celebraciones y romerías en el chalé de mis cuñados
Bernardo y Conchi, donde se cantaba muy a gusto, especialmente con Bernardo
y su hijo Juanjo. E incluso, en las
noches de algunos veranos, llegamos a cantar y bailar alegremente los vecinos
del barrio en la Plaza Mayor, animados con los acordes de la guitarra y las
dulces cuervas con guijas tostadas de nuestros buenos amigos Encarnita Jareño y
Alonso Lozano, que eran los mejores anfitriones; (el fotograma que ilustra este
artículo pertenece a una de aquellas noches veraniegas en la plaza).
Y, sobre
todo, era un deleite especial y para mí lo más deseado, cuando mi atractiva mujer,
Carmen, nos iniciaba alguna canción en las fiestas familiares, con su entonada
y bonita voz, como aquella vieja
habanera que habíamos oído cantar a nuestros mayores y nos gustaba mucho;
e imitábamos a Carmen, cantándola con
admiración. Parece que ahora mismo, mentalmente, la estoy escuchando cantar, sobresaliendo
su dulce voz sobre todas las nuestras,
en aquella preciosa y antigua habanera…:
“Al
pie de una verde palmera yo me arrimé,
mi amor se quedó dormido, que ingrato fue,
con el arrullo de una paloma yo desperté,
quiero
morir, quiero vivir, no sé qué hacer.
Pero ¡Ay! Dios mío ¡Ay!
Sí, quítame esta pena,
por una mujer ingrata que yo adoré,
con el arrullo de una paloma yo desperté,
quiero morir, quiero vivir, no sé qué hacer.”
Su voz
resuena aún en mi memoria, como brilla su imagen cariñosa en los rincones
profundos de mi alma, y percibo aún su fresca fragancia al abrir su armario con
su ropa colgada esperándola infinitamente. Ella es ahora un ser de luz, amor y
alegría, que sigue flotando feliz en mis recuerdos, nuestros recuerdos, los
recuerdos que guardamos todos sus familiares, amigas y amigos que la quisimos y la queremos.
Recuerdos imperecederos donde subyacen inmortales la belleza y el esplendor de su vida.
Adolfo
Martínez García
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